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Cartas entre Moscú y Lisboa

Cartas lusitanas II, o La Libertad bajo palabra

Cartas lusitanas II, o La Libertad bajo palabra

Querido A,

Le debo una disculpa sin excusas aunque no me hayan faltado razones para la demora. Hagámonos a la idea de que internet no existe y un emisario de esos que son de reparto, pero que casi siempre llevan un recado fundamental cuando no decisivo para el desenlace de la trama, trajo su misiva a caballo desde Moscú a Lisboa atravesando el gran ruedo de la pérfida Europa. Y hoy, recién leído el mensaje, recibe inmediata la respuesta.

La verdad es que sus palabras no me han sorprendido tanto. Es más, ciertos de sus desasosiegos los podría compartir, aunque bien sabe usted que mi trayectoria ha sido otra. No en vano somos la primera generación de españolitos nacidos en supuesta libertad y democracia, el “supuesta” lo esgrimo ahora a mis 28, durante mucho tiempo ambas cosas fueron axiomas y eso ha tenido sus consecuencias. 

Yo no fui de esos niños prodigio que se pasaban las tardes leyendo impávidos a los clásicos que heredaron de sus padres cultos, tíos viajeros o abuelos cuentacuentos. En mi infancia aplicaron otras cosas, jugaba al furbo, al pincho y al joyuelo, ponía costillas y liria en los arroyos, iba de candilón con los viejos, robaba jabas en el huerto Hico, espiaba a las amigas de mi hermana cuando entraban al cuarto de baño, en fin, esas cosas. Por lo tanto, crecí en perfecta y nada turbadora ignorancia, siendo de izquierdas como era del Sevilla FC, porque lo era mi padre. Porque el PP era la derecha de los señoritos, unos franquistas todos, unos indeseables que sólo pretendían la desgracia de los trabajadores.

La universidad en España me abrió poco o nada los ojos. Los manuales de historia no son precisamente libros que fomenten la reflexión política. Pero algún escaso y diestro profesor sí le despertó a uno el apetito por saber qué política había en la entrelínea de esos manuales y ahí empezó la diversión. Materialistas, estructuralistas, funcionalistas, positivistas, las corrientes epistemológicas, uaggg! eso era la panacea del conocimiento. Saber dónde está, más que el origen de la verdad, el origen de la mentira. La demostración fehaciente de mi sentimiento más personal, en Historia, como en política, no existe la tan ansiada objetividad de los cientifistas que aún siguen vivos, petrificados en despachos de madera desvencijada junto a estanterías de desvencijada madera, valga o no la redundancia, rebosantes de tesis añejas –como el tocino que ni los perros se comen- que nadie lee. La universidad en Francia, al menos me enfrentó al mundo con ese espíritu universalista que sólo tienen los gabachos; ellos me inculcaron el sentido crítico como arma de vida. En París, además, conocí grandes libros y a mi guía de las noches parisinas

A partir de aquí, lecturas, canciones, adagios y descubrimientos. Buscamos en otras fuentes y nos las bebíamos, a veces sin saborearlas, todas. Encontramos otros caminos que llevan a al hombre a perder muchas de sus certidumbres, o quizás a no querer caer en trampas ideológicas de cartón. El liberalismo entonces, maldecido hasta la saciedad en mi entorno inmediato, podía no ser tan malo.  Aparecen las estelas del individuo, el mérito, los derechos civiles, la libertad de sentirse único, la consciencia de ser libre, el caminar sin guía. Y al mismo tiempo uno desenmascara a los intelectualoides hipócritas de la izquierda aburguesada de nuestro tiempo. Esos que viven de las subvenciones como pastores del rebaño alternativo. Con ello, llegó el repudio de todo aquello que suena a estatalista, a comunismo, a progre, por lo que conlleva de igualitarismo, de pérdida de la esencia del individuo y lo que fomenta de aborregamiento del ser y enclaustramiento de la sociedad. “El Estado es el mayor criminal del siglo XX” que dijo Octavio Paz.

Pero faltaba una vuelta de tuerca más. Y no era precisamente el simplón y despreocupado “todos son iguales” o el fariseo “pensamiento único”. Como le acabo de confesar, me había tentado el liberalismo como ideología. Pero no sucumbí, intenté seguir presto a mi espíritu rebelde o escéptico -en eso no daré mi brazo a torcer- para no caer en adoctrinamientos que se repiten como un credo, que se convierten a la larga en actos de fe. Para mí, la fe sirve para conseguir muchas cosas, pero no para entenderlas.

En mis últimas y acaloradas discusiones -la última anoche mismo- con liberales convencidos, que ya me aburren de sobremanera con la pejiguera de la competencia, la libertad del consumidor, las magnificencias de las multinacionales y el desarrollo occidental, el Estado sobre-regulador culpable, los documentales de Johan Norberg... Acabo sin pretenderlo insultándolos groseramente de ignorantes idealistas del capital, reprimidos picha corta con hipoteca a 50 años, mujer guapa que no se cogen y dinero en los bolsillos que a duras penas se pueden gastar. No existe en la actualidad liberalismo económico –les disparaba sin apuntar y se ponían sulfurosos- quizás jamás haya existido en la historia más que en la mente de sus ideólogos y en la boca de sus mentores, por más que suelten ustedes la risa tonta o no den crédito los socialistas a la inexistencia de su Goliat.

De lo que les digo, esta crisis, como las anteriores, ha dejado evidencias:

Las empresas, que deberían ser las garantes de la NO intromisión del Estado en la libertad económica han aceptado la tutela y ayuda del estado antes de, cómo mandaría la ortodoxia, desaparecer por las exigencias del libre mercado auto-regulador como desaparecieron los dinosaurios. Igual que han apoyado siempre las políticas aduaneras según conveniencias, las subvenciones y no sé cuantos planes y ayudas de financiación. Todo para  mantener a raya a “los países en desarrollo”(="la posible competencia"), exportando materias primas y comprando manufacturas -como dijo Fidel en su momento, vendiendo azúcar y comprando caramelos- acumulando una deuda externa que jamás pagarán. Hasta Milton Friedman defendió las intervenciones en las economías de mercado durante la crisis que siguió al crack de Wall Street del 29. Esta nueva crisis no es que podría, sino que está teniendo un efecto devastador para muchos, pero desde luego que no para ellos. Porque, los hechos hablan: los liberales no creen en el libre comercio, sino en el ganar sin perder y mantener ante todo la primacía sobre el control del mercado.

Por ende, la libre competencia es otra patraña. Quitando a cuatro gatos que intentan asomar la cabeza, la concentración empresarial aumenta y el oligopolio reina según la teoría del cangrejo de mi amigo el Dr. Abelardo; si en México un cangrejo se quiere salir de un balde con agua, lo demás no lo dejan, y si por casualidad se sale –esto lo añado yo- los grandes que ya están fuera le cortan la cabeza o compran sus acciones convirtiendo a la competencia en competente. ¿O es que alguien puede hacerle competencia a Microsoft y/o Apple?  Intente contratar una línea de Internet en España , Portugal, Francia, USA o México, chispa más o menos camuflado de tarifas, planes u otras argucias bajas y rastreras de letra pequeña y “acepto las condiciones de un contrato que no he leído”, en todas le cobrarán lo mismo. Igual ocurre con la gasolina y otros bienes de consumo. Existen acuerdos tácitos u ocultos sobre los precios de venta en cualquier economía capitalista. Es más, esto sí es natural, y hasta humano.

Finamente el “liberalismo social” por conveniencia natural ha sucumbido ante la panacea del “Estado del Bienestar” de los socialdemócratas, aunque algunos se ufanen en no reconocerlo; el Papá-Estado se encarga de decirte cómo, cuándo y dónde tienes que vivir. Opinar es una libertad de una gran esterilidad hoy en día, aunque a usted, como a mí, le regule la presión arterial. Y las drogas aún no han sido legalizadas.

El “liberalismo político” que tiene por eslogan el Estado de Derecho, deja a diario ejemplos, no sólo en España, de que no todos somos iguales ante la ley; los privilegiados siguen existiendo.

En conclusión, NO existe liberalismo como dicen que no ha existido verdadero socialismo, al menos en sus versiones originales o conservadoras. En realidad, estos han sido los grandes mantras ideológicos de la sociedad occidental en la segunda mitad del siglo XX que, tantos unos como otros, han aprovechado para constituir castas, oligarquías políticas y económicas que seguirán explotando a su convenio al subordinado, llámese plebeyo o ciudadano, mientras se deje o hasta que apriete el hambre. Las revoluciones por mucha poesía o canto libertador que se haya propagado a los cuatro vientos, siempre han tenido su germen decisivo en el hambre, en la miseria, en la crisis o la falta de esperanza,  como destilaba el profesor Jean Tulard en la Sorbonne, si no hubiera faltado el vino en el Paris pre-revolucionario, tal vez no hubiera tenido lugar La Revolution.

Quizás estemos de acuerdo en que una de las cosas más importantes que ha conseguido el hombre en los últimos tres siglos han sido sus libertades individuales y sus derechos civiles. Eso se lo debemos a los liberales innegablemente. Pero hoy, los neoliberales ya no creen en ellos o los pisotean, los progresistas los adulteran, y los fundamentalistas antiglobalización pretenden abolirlos. La única opción que la democracia de partidos nos ofrece es votar y esperar sentados a la próxima legislatura. Entre tanto, eso sí, no deje de pagar religiosamente sus impuestos para que nosotros los despilfarremos en pos del desarrollo del país, la extinción de su tierra, y la permanencia del status quo que me garantiza una jubilación vitalicia bien lejana al mileurismo. Así veo yo las cosas. ¿O usted si es libre?

En lo único que sigo coincidiendo con los liberales es en el aborrecimiento del Estado, para mí, Poderes Fácticos nacidos de la II Guerra Mundial. No distingo entre políticos y empresarios, financieros o la puta que los parió. Porque la crisis ha dejado al descubierto el tinglado en el que van todos de la manita para el que lo quiera ver. El resto, como antes, me parecen jácaras, “humus y basura, años de restos llevados a la orilla por las mareas han creado una nueva formación” como bien dice al autor de Gomorra. Y esa nueva formación es poco alentadora. Algún día, le hablaré de Albert Camus, y de sus decepciones políticas, espirituales incluso, nomás acabar la guerra, algo tienen que decir en todo esto que intento burdamente explicar.

Lo cierto y lo fijo es que, independientemente de la crisis económica, que hasta el momento se sostiene en Europa con el sostén de la teta de la Seguridad Social -ese Estado Chupete que nos ha convertido en afiliados, becarios, funcionarios, desempleados, seres quejicas sin orgullo dependientes de la caridad gubernamental, precisamente para que no lloremos, no nos revolvamos, ni seamos rebeldes y nos olvidemos de las sangrientas revoluciones-  los hombres de hoy son incapaces de ver los árboles en medio de un bosque demasiado desconcertante. El miedo a perder nuestro “nivel de vida” nos mantiene paralizados como atónitos espectadores de un filme en el que aparentemente nada podemos hacer para intervenir. La indefensión del ciudadano ante los Poderes Fácticos puede ser tan prominente como en tiempos de los romanos. La gente prefiere perder sus derechos laborales antes que su sueldecito. Las manifestaciones sindicales o de trabajadores son simples anécdotas en torno a intereses creados; los medios de (des)comunicación son parte de las redes clientelares de la oligarquía político-económica y no defraudan a sus patrones, enmascaran la falta de competencia con mucho ruido y pocas nueces, pocas y podridas; el hombre cabal de la calle tiene miedo ante el futuro incierto, o cierra los ojos y disfruta discutiendo de fútbol lo que le queda, o acaba con ataques agudos de angustia.

Cerrando el círculo de mis tribulaciones caseras. A nuestra generación de jóvenes incautos y solidarios de carreras universitarialísimas, afanados en buscar el camino de la liberación en el yoga, rapándose o tatuándose el culo y yéndose a fumar porros a la India con lo bien que se los pueden fumar en las playas de Barbate, no sólo nos vendieron nuestra transición como el acto más sublime de civilización, de búsqueda de tolerancia y libertad. Nos han hecho creer que democracia es vivir bien -a la grande y a la francesa que dice Pedro, mi amigo portugués- bajo el ala protectora de los partidos políticos que se reparten el Poder. Y “Vivir bien” es esperar postergados a que el Estado, es decir, los políticos que se han adueñado de él, resuelvan todos nuestros problemas: pongan y quiten derechos, asusten y tranquilicen, bostecen e insulten y controlen nuestra vida hasta el más mínimo detalle para que ningún esquivo se salga del redil. Ahora, además, sin dar explicaciones. Respeto que la vieja guardia sigua defendiéndo esta funesta, paupérrima, tuerta y lisiada democracia española porque sus motivos tiene. Pero a mí, tanta mediocridad, tanto despropósito, tanta cara dura, tanto gañoteo, tanta injuria, tanto robo, tanta poca vergüenza, tanto nepotismo de “nos lo merecemos”, tanta rata impresentable, tanto auto-cortejo de lujo, tanta polla de seguridad, tanta vacuidad en las palabras y en los actos de la política española me produce náuseas y sobre todo, una profunda decepción y un cabreo patológico. Nunca nos dijeron que la Democracia sirve para que los parásitos o “neo-burgueses institucionales” se adueñen de todo lo ajeno y todo lo chupen como vampiros hasta secarlo. 

No ha mucho tiempo en España hubo una guerra que fue el preludio de la más grande de la Historia, esa que ya hemos mencionado. En parte, por el colapso de un sistema en el que se alternaban conservadores y liberales. Si lo traducimos a hoy, neoliberales y progresistas. Como decía León Felipe en “EL Hacha” (1939):

“Porque nos habéis dicho todos que en España hay dos bandos, si aquí no hay más que polvo”

Falta el contexto histórico y además la Historia no se repite, simplemente, no cambia más allá del ser humano que conocemos; y el ser humano español se está quedando en eso, en polvo y mucho ruido de blogs. Pero nada más, de momento. Guerras, necesarias o no, no faltarán.

Sin embargo, después de todo este despliegue de palabras torpes que pueden confundir al más docto o bien pensado, uno sabe -le recuerdan constantemente- que en la vida hay que elegir. Me voy o me quedo; rubias o morenas;  Pelé o Maradona; capitalista o anticapitalista  (¿se puede ser anticapitalista con dos dedos de frente?) o como farfulló el converso Chesterton en su lecho de muerte “El asunto está claro ahora. Está entre la luz y las sombras; cada uno debe elegir de qué lado está.” (Biografía de Maisie Ward) Y ahora, amigo Armando, se trata de decidir entre el escepticismo y la crítica perenne - o la lucha con palabras de mudo - o la fe o creencia ciega en que el liberalismo puede seguir amparando el intento siempre frustrado de mejorar la condición de los hombres.

***

Pasada la parte del desahogo y la confesión, ahora viene el sagrado ejercicio de compartir lecturas. Las mías, de alguien que en su país, esa izquierda retrógrada que aún reconoce sin timidez, con la ignorancia del militante, que es comunista, tacha aún de reaccionario. Y eso que era alguien que creía en el socialismo y que en su día dimitió de su cargo político por la matanza de estudiantes de Tlatelolco. Un crimen de Estado del que en estos días se celebran conmemoraciones en México DF de esas que los políticos utilizan para la foto y los familiares lloran de rabia sabiendo que los culpables siguen sin pagar por ello. Es decir, era un socialista crítico de los que no aceptan chantajes ideológicos, es decir, de los que apenas han existido.

El autor en cuestión es Octavio Paz, premio nobel mexicano, cuyo legado el tiempo cubre de olvido por segundos –imagine por qué y por quiénes- pero que, cuanto más leo, más me identifico con su espíritu, no acto para monsergas ni chaquetas políticas. Y todo a colación por extravagante que parezca de su sugerencia del www.rebeldemule.org Apenas he navegado unos días pero si soplan vientos de todos lados por esos terruños. La película que me recomendaba no he podido descargarla, pero como trae a la palestra el tema de Stalin, que si estaba por o contra, me pareció un juego de jóvenes (¿rebeldes?) sobre el que le dejo aquí parte de un ensayo: Polvos de aquellos lodos, que leí ha poco:

 “En aquellos años yo vivía en Paris. La polémica sobre los campos de concentración rusos me conmovió y me sacudió: ponía en entredicho la validez de un proyecto que había encendido l- cabeza y el corazón de los mejores hombres de nuestro tiempo.  La revolución de 1917 como decía André Bretón precisamente esos años, era una bestia semejante al Aries zodiacal (…) Hice una recopilación y una selección de documentos y testimonios que probaban, sin lugar a dudas, la existencia en la URSS de un vasto sistema represivo, fundado en el trabajo forzado de millones de seres e integrado en la economía soviética (…) La reacción de los intelectuales “progresistas” fue el silencio. Nadie  comentó el estudio pero se recrudeció la campaña  de insinuaciones y alusiones torcidas comenzada unos años atrás por Neruda y sus amigos mexicanos. Una campaña que todavía hoy prosigue. Los adjetivos cambian, no el vituperio: he sido sucesivamente cosmopolita, formalista, trotskista, agente de la CIA, “intelectual liberal” y hasta: “¡estructuralista al servicio de la burguesía!”

“Muchos recibieron las revelaciones de Rousset con el mismo horror e incredulidad que aquel que de pronto descubre una lepra secreta en Venus Afrodita. Los comunistas y sus amigos respondieron aireadamente: la denuncia de Rousset. Mi comentario repetía la explicación usual: los campos de concentración soviéticos eran una tacha que desfiguraba al régimen ruso pero no constituía un rasgo inherente al sistema. Decir eso, en 1950 era un error político; repetirlo ahora en 1974, sería algo más que un error” 

En 1947, David Rousset escribió “El universo concentracionario” sobre los campos de concentración alemanes y a Paz se le heló el alma leyéndolo mientras todos en la Francia de la posguerra lo aplaudieron fervorosamente. Pero dos años después, Rousset comienza una campaña contra el “gulag” soviético “porque la industria homicida prosperaba también en la Unión Soviética” que encontró el rechazo ciego, militante, del intelectualoide de izquierdas. En palabras de Paz:

“Los comunistas y sus amigos respondieron aireadamente: la denuncia de Rousset era una burda invención de los servicios de propaganda del imperialismo norteamericano. Los “intelectuales progresistas” no se portaron mejor. (…) Jean-Paul Sartre y Maurice Merleau-Ponty asumieron una curiosa actitud. Los dos filósofos no trataron de negar los hechos ni minimizar su gravedad pero se rehusaron a extraer las consecuencias que su existencia imponía a la reflexión”.

En 1949, Paz publicaba Libertad bajo palabra y se desligaba con treinta y cinco años de los comunistas a las primeras de cambio, sin la soberbia de los que aún confunden la rebeldía y hasta la revolución con comunismo:

"Allá, donde los caminos se borran, donde acaba el silencio, invento la desesperación, la mente que me concibe, la mano que me dibuja, el ojo que me descubre. Invento al amigo que me inventa, mi semejante; y a la mujer, mi contrario: torre que corono de banderas, muralla que escalan mis espumas, ciudad devastada que renace lentamente bajo la dominación de mis ojos.
Contra el silencio y el bullicio invento la Palabra, libertad que se inventa y me inventa cada día. "

En otro ensayo sobre política e ideología, habla precisamente de las diferencias entre el revoltoso, el rebelde y el revolucionario:

“El primero es un espíritu insatisfecho e intrigante, que siembra la confusión; el segundo es aquel que se levanta contra la autoridad, el desobediente, el indócil; el revolucionario es el que procura el cambio violento de las instituciones. (Apenas me detengo en las definiciones de nuestros diccionarios porque parecen inspiradas por la dirección de Policía)”

Le dejo además otra cosita: un fragmento de una entrevista que le debía de aquellas antológicas de Joaquín Soler Serrano que más que preguntar, recitaba, charlaba cordial y amigable con sus entrevistados. Tengo grabada en mi memoria la de Pla que usted a sabiendas me dejó; pasajes entre tanto liaba su cigarrillo, lo encendía y le daba dos o tres caladas payesas:

“No he conocido el amor; por esto fumo, para buscar adjetivos; la felicidad es no tener envidia; la gente de aquí tiene una gran tendencia a que sus hijos sean muy importantes, imagínese usted me dieron una carrera, yo tenía que haber sido un payés, para arar, y regar las viñas, y arreglar los olivos; esto es literatura, la vida es más complicada; las revoluciones son absolutamente inútiles; aquí todo el mundo es igual, por eso los catalanes somos tan groseros; el catalán ha sido un español 100%;  Barcelona es una cosa espantosa; Gaudí, como artista no vale absolutamente nada; Blasco Ibáñez, buen escritor, pero vulgar ¿no cree usted?; Dostoievski es un degenerado total; hablando de España, cuando usted le da el poder a los virtuosos, todo el mundo se muere de hambre; si hay una cosa tan demagógica como la política son los periódicos de hoy; el socialismo está pagado por el capitalismo; la mujer gobierna al hombre porque gobierna la cama; el que escribe novelas a partir de los 35 años es un cretino; soy la persona más insignificante del mundo; si viviera otra vez me dedicaría a trabajar la tierra... Y con lágrimas en los ojos, “yo he sido un infeliz, lo que he hecho no tiene mérito ninguno”.

A propósito de Jodorowsky y su Topo para despedirme, que ya sé que me estoy excediendo dado que los nuevos papiros digitales no son aptos para extensas elucubraciones. No sé si se acuerda que durante nuestros febrilmente consumidos –no sé si libremente- días estudiantiles, me dio una temporada por este chileno afincado en Paris, que igual había sido mimo que escritor, actor, director de cine o de teatro, eso que antes llamaban polifacético y ahora multidisciplinar. Que si un día llegó a Paris y por pura intuición se dirigió a André Bretón, ese intelectual que conocerlo dimensionaba y dimensiona ¡ah no me diga! para decirle que estaba allí para salvar el surrealismo. Muy modesto el muchacho. Años después, supe que los miércoles en una cervecería de Paris, echaba las cartas del Tarot desinteresadamente, porque también es tarólogo, ya no lo busqué porque ya no estaba yo en París.

El vicio me venía de antes, de su época como miembro del movimiento de Teatro Pánico, organizado junto a otros autores como Fernando Arrabal, que también leí con fruición, no en vano es el autor de teatro español más representado en la actualidad, dicen. ¡Ay! Recuerdo aquel Cementerio de Automóviles en el teatro Lope de Vega de Sevilla con la “aprendiz” –no me resigno a escribir “aprendiza” y menos aún “aprendiz@”- de periodismo que por entonces me robaba los pensamientos y casi la vida. Encima y para colmo de tigres, le pagué la entrada.

En fin, devoré todo lo que conseguí, La Montaña Sagrada, Fando y Lis, Santa sangre y por supuesto todo su tinglado de la psicomagia que empezó con una autobiografía imaginaria llamada la Danza de la Realidad, que es de las cosas más entretenidas que he leído. Recuerdo la parte en la que se despacha a gusto de su padre, cuando observa venciendo frustraciones y complejos freudianos que su pene no era tan grande como imaginaba; o cuando habla de Neruda, al que sobrepone Nicanor Parra y sus Antipoemas. Posteriormente, en sendos libros sobre chamanes, brujas, sabios y curanderos de toda índole y postín -que ya sólo hojeé en las librerías reacio por el precio tras convertirse de autor de culto a Best-Seller y aparecer en Crónicas Marcianas- fue montando el tinglado de la psicomagia que en poco tiempo capitalizó fama y suerte. Parece que descubrió por fin, que el único sentido que tenía la vida, imitando la santidad, era “convertirse en una gotita de agua divina que se disuelva en el océano divino que para mí (él en este caso) es un orgasmo eterno”. Curar al prójimo para curarse a uno mismo. Y así empezó a recetar actos psicomágicos que no son otra cosa que representaciones más o menos reales, dramáticas o metafísicas de la (ir)realidad, con las que se pretende que alguien supere algún trauma, enfermedad o dificultad. Un tipo de curandero psicoteatral, o una suerte de psicopoeta, o a lo mejor un artistapeuta; o simplemente un charlatán, un engaña cristianos, un impostor, cada cual que juzgue según entienda. La cuestión es que el negocio funcionó. De las últimas veces que entré en su página leí un comunicado firmado por el propio Jodorowsky en el que prevenía a la población sobre la existencia de estafadores de la psicomagia -pícaros diría yo- que, obviamente, han visto el filón de curar gente inventando actos psicomágicos. Del mismo modo hacía saber a todo aquel enfermo –él los llama consultantes- que se prestara a la sanación psicomágica, que los únicos con potestad para recetar psicomágicas son él y su familia. Que tienen la patente vamos.

Algo de eso ya había en el Topo, por ejemplo en esa escena mítica del comienzo donde a su hijo en la vida real –de hecho en sus pelis casi siempre salen sus hijos en la vida real con los papeles protagonistas, no voy a entrar en disyuntivas sobre sus dotes interpretativas, pero con un padre así, lo mínimo que puedes ser en la vida es actor, ¿no cree usted?- le hace enterrar en el desierto su primer juguete y el retrato de la madre a la edad de siete años como acto iniciático de su conversión en hombre. Esa edad, siete años, es algo simbólico y viene de las filosofías orientales; incluso de las etapas sexuales que distinguiera Freud. Yo no sé a estas alturas todavía si tuve o no fortuna con un padre que no se digno a llevarme al desierto a enterrar una foto de mi madre.

Pero hasta los santos o los chamalartanes saben aplicar la sentencia “a grandes males, publica un Manual”; El siglo XX es el siglo de los manuales; no faltan ni manuales para el sexo, ni para el suicidio. Así que, si se quiere convertir en psicomago, ya sabe.

No baje la guardia y siga con salud que, si bien Dios nos guarda, nadie vela por nosotros como sus, muy admirados por mí, comentaristas.

Aguardo su respuesta y reitero las disculpas por el retraso.

Un fuerte y sentido abrazo

PS Ni yo soy Mr. Shaw, ni usted es Mr. Chesterton -porque todavía no se ha covertido el todo- pero qué bien nos lo pasamos.

MR. SHAW: (...) “Eventually I was convinced that we ought to be tolerant

of any sort of crime except unequal distribution of income.

In organized society the question always arises at what point

are we justified in killing for the good of the community.

I should answer in this way.  If you take two shillings as

your share and another man wants two shillings and sixpence,

kill him.  Similarly, if a man accepts two shillings while you

have two shillings and sixpence, kill him.

 

On the stroke of the hour, I ask Mr. Chesterton:  "Do you

agree with that?"

 

MR. CHESTERTON:  Ladies and gentlemen.  The answer is in the negative.”

 

 

 

5 comentarios

MJ -

Interesantes reflexiones... sin duda fruto de una inquietud desaforada que no debería extinguirse.
Precisamente ayer leía algo sobre la "luz" y la "sombra" (entendida esta como oscuridad) y otra opción, tal vez una en la que todos nos situamos en algún momento y en la que a veces permanecemos,la penumbra.
Un saludo.

Armando -

Joder, esta es buenísima.

ps:
Me debe una carta con Camus.

stultifer -

En este mundo, donde hay que luchar para conseguir un reconocimiento,tras un minucioso estudio, STULTIFER te otorga el prestigioso galardón al MEJOR BLOG DEL DÍA correspondiente al miércoles 23 de septiembre de 2009 en No sin mi cámara por los contenidos y matices. Visitanos y comenta con nosotros. Saludos cordiales.
Vamos, que nos ha gustado mucho y hemos querido acercarnos a ti.
Puedes colgar el href="http://bp3.blogger.com/_D8jounJBumM/R9q_H2dgeSI/AAAAAAAAAd8/8JtlXhyxSes/s1600-h/blogdeldia.jpg">Premio voluntariamente en tu blog.
Ya formas parte de la Orden del Stultifer de Oro.
Y si tienes una escalera, o fotografías una, mándanosla a edusiete@gmail.com y la publicamos inventándonos una historia.

JR Gracia -

No baje la guardia y siga con salud que, si bien Dios nos guarda, nadie vela por nosotros como sus, muy admirados por mí, comentaristas.

Aguardo su respuesta y reitero las disculpas por el retraso.

Un fuerte y sentido abrazo

PS La foto, magnífica, ni yo soy Mr. Shaw, ni usted es Mr. Chesterton -porque todavía no se ha covertido del todo- pero qué bien nos lo pasamos.

MR. SHAW: (...) “Eventually I was convinced that we ought to be tolerant
of any sort of crime except unequal distribution of income.
In organized society the question always arises at what point
are we justified in killing for the good of the community.
I should answer in this way. If you take two shillings as
your share and another man wants two shillings and sixpence,
kill him. Similarly, if a man accepts two shillings while you
have two shillings and sixpence, kill him.

On the stroke of the hour, I ask Mr. Chesterton: "Do you
agree with that?"

MR. CHESTERTON: Ladies and gentlemen. The answer is in the negative.”

Armando -

Imposible decirlo todo, o algo en un comentario. Me reservo para la réplica.

Simplemente imprescindible para sobrevivir Soler Serrano.

Un abrazo